lunes, 30 de noviembre de 2015

GRAN CAPÍTÁN V CENTENARIO


EL GRAN CAPITÁN
V CENTENARIO DE SU MUERTE
                  
El 2 de diciembre de 1515 moría en Granada Gonzalo Fernández de Córdoba, inmortalizado en la historia con el sobrenombre del Gran Capitán. España no había tenido, ni tendrá después, un caballero y soldado tan emblemático desde la figura del Cid Campeador. Como éste, el Gran Capitán es el mito de la caballerosidad, de la gallardía, de la valentía y de la astucia, todas las virtudes que adornan a un gran estratega militar. Él lo demostró a la vista de toda Europa en la conquista de Granada, en las victorias sobre los ejércitos franceses (los más poderosos de su tiempo), en la derrota y rechazo del Imperio Otomano que dominaba Oriente y amenazaba las puertas de Viena, Hungría y Venecia, en el ejercicio del gobierno de Nápoles con el título de Vifrrey… Los príncipes italianos le tenían por un impecable condottiero. El Papa propuso nombrarle Gondaloniero de las tropas de la Iglesia. Pero él se mantuvo siempre fiel a los Reyes Católicos, incluso en los momentos en que, muerta Isabel, Fernando tuvo celos de sus éxitos y prevención ante la popularidad de su fama.
Gonzalo Fernández de Córdoba, Enríquez y Aguilar había nacido en Montilla (Córdoba) en 1453. Era, pues, dos años más joven que Isabel la Católica. Fernando, de quien era primo segundo, le sacaba sólo un año. Siendo muy joven, el todopoderoso arzobispo Carrillo le enroló como paje en el séquito del príncipe Alfonso, hermano menor del rey Enrique IV y de Isabel. Cuando el adolescente Alfonso murió prematuramente, Gonzalo pasó a ser paje de Isabel, futura Isabel la Católica, educándose al mismo tiempo como un gran caballero y un gran soldado.


Proclamada Isabel reina, ya casada con Fernando de Aragón, Gonzalo combatió contra los portugueses y los castellanos partidarios de la Beltraneja. Pro fue en las campañas de la conquista de Granada donde se rebeló como un estratega prácticamente invencible. Intervino decisivamente en la toma de varias plazas importantes, sobre todo la ciudad de Loja, campaña capturó al monarca nazarí Boabdil. Con él llevaría a cabo la negociación de las Capitulaciones de Rendición, disponiendo la entrega de Granada a los Reyes Católicos el dos enero de 1492.
Entre 1495 y 1498 llevó adelante con éxito la primera guerra contra el rey de Francis, Carlos VIII, que pretendía anexionarse Nápoles. El Gran Capitán lo impidió.  Y cuando el Papa Alejandro VI le pidió ayuda, acudió con resolución para liberar Roma y el puerto de Ostia del poder de los corsarios que ocupaban la ciudad sometiéndola a impuestos. Por esta valerosa acción el Papa le concedió la Rosa de Oro, la distinción más alta que muy raramente concedía el Papado. En 1498 Gonzalo Fernández de Córdoba regresaba a España con sus tropas y con el título de duque de Santángelo y el sobrenombre de Gran Capitán.


Pero no acaban ahí sus campañas y sus éxitos militares en Nápoles. En 1501 hubo de acudir nuevamente al disputado reino italiano con sus tropas para detener otra vez la ambición del monarca francés, ahora Luis XII. Ahora le tocará combatir contra ejércitos que le doblaban y aun triplicaban en número de soldados. Pero nuestro Gran Capitán, demostrando ser un perfecto estratega, llevaba la guerra a su terreno, practicando lo que se llamó la “guerra guerreada”, especie de guerra de guerrillas a base de hostigamiento al enemigo, repliegues y bruscos ataques inesperados. Así consiguió la impresionante victoria en Ceriñola, batalla que apenas duró una hora, ocasionando más de tres mil bajas en el ejército francés por apenas un centenar de españoles. Finalizada la batalla, recorriendo el campo, entre los cadáveres divisó el del jefe de las tropas francesas, el duque de Nemours. Al Gran Capitán, emocionado, se le saltaron las lágrimas y ordenó que le enterraran con todos los honores. El rey Luis XII de Francia, enterado del suceso, exclamó: “No tengo por afrenta ser vencido por el Gran Capitán de España, porque merece le dé Dios aún lo que no fuese suyo porque nunca se ha visto ni oído capitán a quien la victoria haga más humilde y piadoso”.
No menos brillante fue la victoria definitiva, que se conoce con el nombre de batalla de Garellano. Cuando el Señor D’Aubigny rindió las tropas francesas, el 2 de enero de 1504, expresó: “No sé qué virtud alabar más en vuestra señoría si la de las Armas o la liberalidad, porque con la una ganáis reinos y vencéis a las gentes y con la otra ganáis las voluntades. Un solo consuelo llevamos los malaventurados que a Francia volvemos vivos, haber sido vencidos por un capitán que su gente de guerra tiene por mejor buenaventura morir que desplacelle sin les dar paga ni comer ni vestir”.
Estas contundentes y brillantes victorias dieron al Gran Capitán gran fama y reconocimiento en toda Europa. Los cronistas empezaron a equiparale con Alejandro Magno y Julio César. Fernando el Católico, al concederle el ducado de Sessa y otras mercedes en enero de 1507, evocaba la victoria de Ceriñola equiparándola a la de Aníbal en Cannas, al haber tenido lugar “en el mismo paraje donde persiguió en otro tiempo Aníbal a los Romanos, dándoles una memorable derrota, los despojaste 8ª los franceses) de sus Arietes y Máquinas de Guerra y banderas y los rechazaste con una espera igual a la de Fabio Dictador Romano, y a la de Marcelo, y con una ligereza semejante a la de César”.



Fernando el Católico lo nombró Virrey de Nápoles, cargo que ostentó el Gran Capitán durante cuatro años, hasta que comenzaron los recelos del rey.  Tras la muerte de Isabel la Católica, una parte de la nobleza castellana se puso de parte de Juana, heredera de Castilla, y de su esposo Felipe el Hermoso. Fernando, en cambio, alegando incapacidad de Juana, por demencia, pretendía ser el Regente y mantener los reinos unidos. Entre los nobles que se oponían a Fernando estaban el conde de Cabra y el Marqués de Priego, parientes muy cercanos del Gran Capitán. El rey receló de éste y lo destituyó como Virrey de Nápoles.  Y como se extendió la habladuría de que se había apropiado de fondos de guerra, el Gran capitán redactó una estrambótica e irónica relación de cuentas, conocidas como “Cuentas del Gran Capitán”. Con la sorna y el gracejo andaluz que le caracterizaba, escribió estos disparates: por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles en sus campañas, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, en fin, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien “he regalado un reino”, cien millones de ducados… así nació una leyenda. Y así nació una expresión, una frase hecha, que llega hasta nuestro lenguaje actual.
Gonzalo Fernández de Córdoba, el invicto Gran Capitán, ya convertido en un mito para el pueblo y para la nobleza, se retiró a sus estados en Loja (Granada). Y en Granada morirá el día 2 de diciembre de 1515. Había casado en primeras nupcias con su prima Isabel de Montemayor, que moriría muy pronto al dar a luz por primera vez. Pronto volvió a casarse, esta vez con María Manrique de Lara y Espinosa, Dama de Isabel la Católica, del linaje de los duques de Nájera, con la que tuvo dos hijas.
El Gran Capitán fue enterrado en la magnífica iglesia del Monasterio de San Jerónimo de Granada, que había fundado su admirado Fray Hernando de Talavera. Bajo una humilde lápida de mármol, a ras de suelo, se guardan las cenizas de Gonzalo Fernández de Córdoba. En el centro del presbiterio de la iglesia, respaldado por el grandioso retablo que conserva las estatuas orantes del invicto caballero y de su esposa María Manrique.
El Gran Capitán fue un genio militar. Con él comienza el gran Siglo de Oro de España como primera potencia mundial. Su sabia articulación estratégicas de la infantería, la caballería y la artillería, con el bien utilizado apoyo naval, la agilidad en el movimiento de las tropas en “guerra guerreada”, la reorganización de los cuerpos de infantería en coronelías… todo ello vino a ser el embrión de los afamados TERCIOS españoles que triunfaron en Europa y en el Nuevo Mundo.
En la actualidad, el Gran capitán sigue representando lo mejor de nuestra historia y la razón del orgullo de aquella España que fue respetada y admirada por todas las naciones de su época. otra vez la ambicionarca nazar por el Gran Capitexclams. Al Gran capiteplieguesas para detener otra vez la ambicionarca nazar


Ante la tumba del Gran Capitán

Yace bajo esta losa desolada
el que no tuvo par sobre la tierra.
Yace el que en cada acción de cada guerra
dejó fama de invicto acrisolada.
Yace el que abrió las puertas de Granada,
el que ensanchó la patria y su frontera,
el que sirvió la causa verdadera,
el que por Isabel ciñó la espada.
Yace el que en Garellano y Ceriñola,
siempre brillante en la sangrienta liza,
forjó la audacia de la fe española.
Este sepulcro oculta su ceniza.
Pero en el claro espejo de la historia
luce implacable su inmortal memoria.
                            José María Gómez Gómez